Filmes de una cabeza inconsciente 13 (o El Inglés, aquel malévolo idioma)
El comercial era sobre pizza. Una muchacha hablaba de lo mucho que le gustaba la pizza y que, aunque a su novio no le gustara, ella lo obligaba a comerla. Entonces la toma se abría y se podía ver, junto a ella, una caja de la pizza y a un amigo mío el cual hacía del novio. La tipa atrapaba a mi amigo de la playera mientras él intentaba huir, gritando y pataleando; ella agarraba la pizza y le llenaba la boca a mi amigo.
Terminamos de grabar el comercial. Mis amigas vieron que acabamos antes de lo esperado y dijeron que aún había tiempo para tomarse unas 'cubitas'. Les dije que se adelantaran, que yo tenía que hacer algo antes.
Me subí al auto y llegué hasta un edificio muy grande, el cual parecía una embajada. Ahí me encontré con 5 tipos y sin hablar nos metimos a un callejón a un costado del lugar. Nos cambiamos de ropa, nos pusimos todo de negro y pasamontañas. Nos infiltramos entonces en el edificio. Fue demasiado rápido y fácil, ya luego recordaría que no era ninguna embajada sino la casa del Papa. Así llegamos hasta su habitación, él se encontraba durmiendo y nos acercamos a su cama. Lo despertamos cuidadosamente e intentamos hablarle pero, asustado, comenzó a gritar y a llamar a seguridad. Tratábamos de calmarlo, le decíamos que no queríamos hacerle nada, solamente buscábamos ayuda porque por más que la pedíamos nunca nos tomaban en cuenta; por eso fuimos personalmente. Pero no nos escuchó o no nos entendió, siguió gritando. Entonces llegaron los guardias y con la misma comenzaron a dispararnos. Abalacearon a dos de nosotros mientras que los otros tres y yo lográbamos llegar a una puerta, la cual daba a la oficina papal; pero los guardias nos alcanzaron y nos masacraron a todos, solamente uno de los nuestros logró seguir y todos los guardias fueron tras él, considerando que el resto de nosotros estábamos muertos. Solamente yo seguía vivo, aunque no por mucho. Fue cuando ví que en la misma oficina había una muchacha asustada, la cual por su uniforme supuse que sería la enfermera del Papa. Le rogué por ayuda, Help me, help me, le decía yo confiando en la popularidad del inglés, pero parecía no entender. Se acercaba lenta y atemorizadamente al teléfono para llamar de nuevo a los guardias, mientras que un yo sangrante intentaba decirle de alguna forma que no lo hiciera; hasta que, ya casi resignado, gemí un Ayúdame, por favor. Ella volteó entonces, como confundida y extrañada, y colgó el teléfono antes de terminar de marcar. Se me acercó y me preguntó de dónde era, le contesté que era mexicano y que sólo queríamos pedirle ayuda al Papa, ni siquiera traíamos armas. Fue entonces por un botiquín médico y me comenzó a curar, mientras que una enfermera más vieja le decía que no debería hacerlo, que la podrían descubrir. Un guardia subió por el balcón y yo me intenté ocultar detrás de un escritorio. Él se acercó a la enfermera y le coqueteaba, pero al descubrirme y ver lo que ella hacía por mí la insultó y golpeó, y salió de nuevo por el balcón. La muchacha comenzó a llorar. Yo me acerqué, la abracé y le agradecí por todo lo que había hecho por mí. La muchacha ahora estaba desnuda.
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