miércoles, junio 20, 2007

Filmes de una cabeza inconsciente 27 (o Cumpleaños del diseñador)

Después de una conferencia en la universidad, un amigo me dijo que teníamos que matar a un maestro mío. El maestro acababa de irse. Mi cuate dijo que para acortar camino fueramos por periférico y así llegaríamos antes a casa del maestro. Ahí lo mataríamos. Le pisó al acelerador. Íbamos demasiado rápido. Cuando llegábamos al puente de Progreso le dije que bajara un poco la velocidad. Dijo que no había tiempo que perder. Íbamos demasiado rápido. No niego que sentía curiosidad de lo que pasaría. Llegamos hasta lo más alto del puente y su camioneta se levantó. Como si hubiera sido una rampa. La camioneta se elevaba más, al tiempo que el puente descendía. Ya estábamos a una altura que sabíamos que nada bueno podría pasar ahora.

- Wey, ¿ahora qué hacemos?- le dije.

- ¿Pues qué quieres que haga?- respondió.

Sí. En realidad no podíamos hacer mucho. Así que sólo esperamos mientras veíamos cómo el suelo se acercaba más. Se acercaba rápido. Me gusta cómo se siente el vértigo y que se eleva el estómago. Llegamos al piso y el auto se estrelló. Cayó parado, pero la suspensión se despedazó. Todavía derrapamos un poco y tuve ganas de decirle a mi amigo que aún podía ganar control del vehículo. Pero entonces derrapamos de costado y la camioneta empezó a dar giros y destrozarse. Me desmayé. No habría pasado mucho tiempo cuando recobré conocimiento. La camioneta estaba destrozada, pero la cabina nos había protegido y estábamos casi intactos. Mi cuate aún estaba desmayado. Intenté quitarle el cinturón de seguridad, pero estaba atorado. Lo llamaba y lo movía para despertarlo. No reaccionaba. Fue cuando ví que había gasolina chorreando (como todos saben, eso no puede ser bueno. Gracias, cine norteamericano). Lo movía cada vez más fuerte y lo abofeteaba, pero no despertaba. Ví en cámara lenta que del techo caía un pedazo de hule quemándose. Caería justo afuera de la puerta del conductor (aunque ya no había puerta), justo en el charco de gasolina. Le gritaba a mi amigo. Intentaba quitarle el cinturón. Nada. Cuando ví que ya no había tiempo, apenas salí del otro lado de la camioneta. Estalló y yo caí al suelo. Me desmayé nuevamente. Cuando desperté una ambulancia había llegado. Salieron dos paramédicos y me dijeron que mi cuate estaba bien. Que tuvieron que reconstruirle la cara. Me dijeron riéndose que ahora se parecía un poco a mí. Y me mostraron una foto de él en donde sí tenía una leve semejanza, con cicatrices en la cara. Me asomé a la ambulancia y ahí estaba él. Todavía inconsciente. Su cara no era la de la foto. Tenía todavía las costuras, estaba más inflamado y su rostro todavía se asemejaba a él. Lo más característico sería que su boca parecía la de ciertos personajes de Star Wars. Los paramédicos nos ofrecieron llevarnos. Ya era de noche. Casi llegando a casa de mi amigo, pasamos enfrente de una casa en dónde había una tocada. Ví que la banda de mi hermano estaba tocando. Mi cuate se acababa de despertar y dijo que nos quedáramos. Le dije que primero vayamos a su casa que estaba cerca. Su boca ya estaba normal y lo único que le quedaba eran las cicatrices en el rostro, algo rojizas y abultadas. Llegamos a su casa. En la acera estaban sus papás. También en la calle había estacionado un auto compacto, color naranja. Sus viejos se preocuparon. Al vernos llegar en ambulancia. Al verlo así. Él les contó cómo destruimos la camioneta. Y ellos le dijeron que ése auto que estaba estacionado lo habían comprado para regalárselo.

- ¿Y?- dijo él - ¿Ya no me lo van a regalar?

- No.

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