Una vez en el kinder me disfrazaron de torero y a mi hermano de toro. Para el festival representábamos la corrida bien loco: lo toreaba por aquí y por allá, yo hacía mis poses con la capa, él se ponía cada vez más bélico y yo más galán hasta que al final le daba la estocada (con mi trinche de las tortugas ninja) y él se tiraba al piso para que yo le arrancara las orejas y la cola (del disfraz, sádicos) y las aventara a las admiradoras enloquecidas. La verdad, no sé cómo lo soportó mi hermano.
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Entro en conflictos al pensar en las corridas de toros. Es más que obvio lo horrible que se me hace la acción de matar al pobre animal enfrente de todo el pueblo (y eso que siempre he querido que los circos romanos vuelvan a estar In) y luego lo arrastren hasta el mercado para destajarlo en plena calle y toda la feria pueda estar comiendo su mondongo y chocolomo más tarde; pero a mí me gustan harto las tradiciones de los pueblos y no hay nada como ver a los borrachos que se lanzan a querer torear y sólo terminan bailando junto al ceibo que se siembra en el centro de la segurísima plaza improvizada (me dijeron que hace como 4 años una chavita que vendía panuchos desapareció y sólo quedó su charola de panuchos sobre el hoyo que hizo en las tablas. Por supuesto, la chavita fue encontrada un piso más abajo) hasta que los corretea el toro y los saca. Y eso que yo no me quedo en la feria lo suficiente para ver las corridas buenas.
.Pero este año no hubieron corneados en mi corrida. Después de media hora de intentar que el segundo toro saliera del corral en el que estaba echado, decidieron solamente lazarlo y degollarlo ahí tirado. Tuve una de mis cámaras subjetivas tristes. Aparentemente el pánico escénico no fue una opción.
.Igual y tampoco le iban a aplaudir. A mi hermano sí le aplaudieron.
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