¿Por qué no soy deportista?

Cuando estaba chico pasé por todos los deportes, todos con grandiosas historias de gloria y desgracia (léase sin el 'gloria y'), que en su momento hicieron que determinara que no eran para mí.

Futbol, basquetbol, karate, tae kwon do, natación y unos cuantos más. Casi todos me han dejado marcado, literalmente. Pero hablemos de mi cicatriz de beisbol.
Tendría yo 6 ó 7 años, un tío puso un equipo de beisbol infantil y, después de haber fracasado en el futbol, mi papá pensó que el beisbol parecía prometedor. Y así fue como me encontré en el primer entrenamiento de beisbol de mi vida, resguardando vigorozamente la tercera base con mi guante, mi gorra, mi short y mis calcetines hasta la rodilla... o al menos, así debió ser. Y es que creo que dentro de una cancha era poca la diferencia entre un autista y yo, pues a un niño como lo fui no le bastaba más que el cielo para distraerse; así que mientras yo me encontraba en un magnífico desempeño deportivo con mi rostro volteándo hacia arriba, la pelota se desplazaba estrepitosamente en trayectoria lanzador-bate-mi cara, junto con un grito de advertencia en el último momento que captó mi atención y permitiendo a la pelota estrellarse con toda estrepitosidad en mi boca. Sangre y llanto. Fin de mi carrera beisbolística.

Recuento de los daños: No hubo pérdida de dientes ni daño visible, solamente una apenas perceptible cicatriz en la parte trasera de mi labio superior y la burla colectiva de que a mí me pareció un cielo demasiado azul.

¿Por qué no soy deportista?

Tengo suficientes cicatrices.